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Vale la pena ser invitado a leer a Durand

Un poco de contexto. Fui a escuchar a Susana Villalba a una lectura en la librería El Jaúl y no pude dejar de ver brillar un libro sobre el anaquel de novedades. El lomo de papel adherente blanco y de letras rojas no pasa desapercibido. Se trata de ‘Tulang Pinoy’ de Daniel Durand editado por Fadel&Fadel, la editorial de Tomás Fadel. Según cuenta el mito mendocino este editor leyó en el ciclo PAN organizado por Juan Montaño y se vino a vivir de joven a Buenos Aires (disculpen la referencia para entendidos, es un intento de construir una historicidad invisible).

Hace unos años ví el documental ‘La vida que te agenciaste’ de Mario Varela en donde Durand se constituía como una suerte de protagonista in absentia. Mi intriga en torno a la figura del poeta se extendía desde el 2018 hasta la actualidad ¿Quién es este escritor que permanece por fuera de los circuitos de difusión porteños? Sabía que había formado parte de la revista 18 Whiskys, una revista que parece haber actualizado el mito beat en la argentina (y gracias a la cual florecieron nombres como el de Laura Wittner). Sabía, también, que Daniel Durand se había exiliado voluntariamente en Filipinas, o más bien no tenía una referencia concreta, sino la idea de un país lejano a donde se había ido.

Después de revisar mi bolsillo mensual, el cual en estas épocas ajusta hasta asfixiarme las piernas, me llevé el ejemplar a casa. Un ejemplar que significa para mí, no solo la potencia de alguien que busca escaparse de su lugar de origen, sino también la potencia de un editor que trabaja con una mirada puesta en “otros” autores.

La observación de objetos residuales a la orilla del mar estructura los diferentes momentos de “Tulang Pinoy”, poemario que resignifica y trae a la actualidad los mejores ecos de la poesía de los noventa: su espontaneidad, la consciencia del ejercicio de la escritura, la capacidad de sostener los versos de largo aliento por páginas y páginas. Pienso, sobre todo, en “Puncutum” de Gamabarotta. Me refiero a la poesía entendida como escenas, una poesía que, en cierto sentido cuenta un pasaje, intenta dar testimonio de una vida junto a su paisaje, no es solo la intimidad, sino que el movimiento se extiende hacia la vida de los trabajadores, los vecinos, los coterráneos filipinos, sus perros, y sus extrañas costumbres que, enigmáticas, en el ojo de un poeta argentino se tiñe de colores foráneos.

‘Me preguntan si soy árabe, o ruso, y

más de una vez me dijeron jamaiquino.

Un desorientado me preguntó si era coreano.’

Los momentos más insignificantes en la vida de un trabajador, en la vida de un poeta, crecen gracias a la lupa del lenguaje: la voz poética se toma una moto con una muchacha atractiva, la voz poética se detiene a analizar el vínculo entre fumar y el deseo de fumar, la voz poética observa las palmeras hasta que el extrañamiento es total, la voz poética construye un lenguaje casi urbano de este paisaje rural, filipinos, en el que se extiende la observación de  una araña, un hormiguero y apenas hay conexión a internet.

Como en todo poemario de largo aliento, son el tono y el estilo los que sostienen la lectura. En este caso, se trata de un ritmo principalmente canchero que mezcla el espanglish con el filipinos y el español y enhebra el transcurrir de las 94 páginas. Hace eco o resuena en mí la relación entre el lenguaje de Durand y el de Lucia Seles, la poeta y cineasta chilena. Otro péndulo en el que se sostiene la escritura de estas páginas son las obsesiones por elementos concretos de la vida de la voz construida en los textos, como enumeramos en el párrafo anterior.

El lenguaje que construye Durand en ‘Tulang Pinoy’ es espontáneo, no ensaya poses, sino que fluye en su distancia, pienso, seguramente Durand se ve obligado a hablar varios idiomas durante este periodo filipino. Hay un punto en que creo que la distancia del lenguaje materno también produce un extrañamiento que enriquece la escritura. El lenguaje es foráneo, pero no por ello menos lacerante. Hay imágenes de una potencia mayúscula como ‘El maíz viene bajando en fila el cerro empinado’ o ‘miro las estrías surcando la madera/ del tronco recto y seco de las palmeras flacas’.

Finalmente, disculpen el spoiler, una sección dedicada a pensar los elementos presentados, con la lupa de la imaginación que se encumbra como herramienta para afrontar y superar la precariedad a la que nos arrastra, al fin, lo cotidiano. Creo que no soy la única que tenía grandes expectativas en relación a esta publicación, el misterio se venía sembrando desde hace años en los círculos porteños. Celebro la experiencia extranjera y espontánea en la que nos envuelve este libro y los invito a una lectura que será, desde lo formal, el lenguaje y la temática; estimulante y despojado. “Y me vengo a escribir a la compu: cuando empiezo a imaginar no puedo parar”.

Daniel Durand en Filipinas