Demasiado groguis

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Escucho una canción antes de dormir. Un verso de esa composición me despierta al día siguiente: Que la tempestad dura lo que el sol tarda en alejarla. Me quedo cavilando como suspendido en el centro del espacio entre miles de estrellas brillosas. Tratando de dibujarlas en la mente. Atraparlas y entenderlas. El verso sigue en mi cabeza. Concreto, constante.

¿Cuánto tardará el sol argentino del trapo en alejar la tempestad que estamos viviendo? Mejor ¿Cuántas vueltas nos costará secar al sol la tormenta que sombrea al territorio que cuelga de la soga en el redondel del globo terráqueo?

La descompostura espasmódica de la panza del cielo no dura un mandato presidencial. En algún momento tiene que parar el mal tiempo. Como dice otra canción que hago conversar con esta otra “cuando la noche es más oscura/ se viene el día en tu corazón”.

El armatoste circular amarillento desparrama lo oscuro, lo feo y la pudrición. Al desarrollo vertical de nubes acompañado de descargas eléctricas o rayos y, habitualmente precipitación y rachas de viento que paisajean la superficie. Pero cuánto falta para que eso fluya, necesitamos organizarnos.

En la ciudad no hay colectivos. Llueve desde hace miles de días. No entra nadie a los comercios. Y la poca gente que se le anima al centro, solo mira la mercadería sobre las góndolas. Todo está caro, claro. Nadie compra. Los comercios parecen museos. El pueblo solo contempla artículos de higiene o de belleza como si fueran una performance.
Los agarran, los dan vueltas, filosóficamente se paran sobre el ágape del saldo del homebanking o del alias de MP pero deciden no llevarlo, no comprar.

Todo por las nubes. Las etiquetas de precios mezclado en el tornado de la tormenta agarrada a la estructura de la estanflación tan argentina que duele. Los números mentirosos de la inflación del mes no mueven ni el estímulo tan humano de la ansiedad satisfecha por el consumo. Raro. Los datos son más falsos que un dólar celeste, porque no hay medición de dinero que sobre o que rinda o que valga si los gastos fijos del mes aumentan chupetonamente.

La heladera ya no manda. Paradójicamente el olimpo de la refrigeración ya no es el termómetro que hace saltar los tapones de una sociedad harta. ¿Qué carajo pasa? ¿Qué tanto puede soportar un país sin economía prácticamente? Porque en algún momento las personas van a tener que salir a comprar. Porque somos gregarios, somos consumidores. Y acá no hay filosofía perruna de un soltar eterno diogeniano que valga. O gastamos o no somos argentinos.

El comercio tiene datos de caídas en las ventas parecidos a los de la pandemia. Mi interrogante me lleva a pensar que también es cierto que sigamos cayendo más. El universo es infinito y se expande y todo lo que se conoce en la vida también. El agujero sin fin. 

Para dar un ejemplo capaz que aterriza en la Argentina el aparataje de Starlink, pero a la par de esa innovación, quizás florezcan mil cybers otra vez, porque tener internet en la casa era un privilegio, algo que nos hicieron creer. Y la verdad estar en línea no era una papa. Como dijo Claudio Belocopitt con respecto a las prepagas. Se puede ser tan profiláctico con las metáforas. Una prepaga no es una papa, dijo. Si Belocopitt fuera poeta, la crítica literaria encontraría mil formas rebuscadas e inteligentes para resaltarlo y festejarlo. Pero es un empresario, y a diferencia de un artista, estos le cagan la vida a las personas.

No hay lugar donde volver dijo Martín Rodríguez hace unos días atrás en su columna de opinión en uno de los programas del canal de stream de Gelatina. Entonces la metáfora a la que recurrí al principio de la cumbia de Super Mario Pereyra está errada. Porque hasta las grandes tormentas pueden volver a no serlo. Digo desaparecen en el aire cuando llega el sol, si le hacemos caso a la canción. Entonces esto es otra cosa. No es un fuerte temporal que pronto pasará y listo.

Asusta la inmovilidad, tanta estatua. Esa imagen positiva que dicen que tiene el presiduende papadas. Será que entramos a vivir un mundo nuevo. Una vida sin saldo como si fuera un paraíso comunista. Si no hay plata, hay comunismo. Es necesario que el Kiko que nos gobierna se de cuenta de eso. Cómo siendo un liberal vas a arrancar cantando tu épica travesía presidencial proclamando un “No hay plata”. De estupido para abajo todos los calificativos le re caben. Pero idiota no es. Así que debe ser algo residualmente indescriptible.

Si no hay vuelta atrás, es una ruptura. Y como todos sabemos se supera. Cuesta dolores, perdón dólares. Un dolor de muelas, un duelo. De todo se sale aunque recurramos a absolutismos baratos. Como de los laberintos quizás la salida sea por arriba. Vaya uno a saber. Descubriendo algo nuevo. Total la pólvora ya está inventada.

La cumbia de Los del palmar del año 1995 termina preguntándose si no es mejor esperar por ella sin perder la calma. Pero yo no sé si no estaremos demasiado groguis de tanta calma.

Hasta acá creo que estuvo bien
nos vimos el próximo miércoles.