Después, qué importa el después

Hablamos sobre los muertos. Es raro, muy pocas veces me puse a pensar seriamente sobre qué hay después de la muerte. Me dejo convencer por la idea de que los muertos están aquí, entre nosotros y me imagino amontonado en los espacios estrechos de mi casa con cientos de almas, de cuerpos fantasmagóricos que como volutas del aire acomodan sus no-cuerpos ante cada uno de mis movimientos.

Mi viejo tenía varias enfermedades. En la pandemia aprendí que se le dice “comorbilidades”. Pero si algo lo terminó de matar fue la angustia que le produjeron las sucesivas medidas económicas del gobierno de Macri. Le sacaron los remedios, le aumentaron la luz, el gas y los demás servicios a precios exorbitantes y, como si fuera poco, devaluaron el peso, por lo que su escasa jubilación le servía para comprar cada vez menos. Se hizo peronista de grande, a fuerza de entender en su propio cuerpo los beneficios del gobierno de Néstor y Cristina. Charlábamos mucho de política, siempre estaba informado. Ahora es uno más de esas figuras que habitan mi casa o la de mi vieja, o que se pasea por las calles de la ciudad con la mirada de un alma que alguna vez amó la vida.

Esta vez soy yo el que camina por la ciudad. A esta altura del invierno ya incorporé el paisaje de ramas peladas, las veredas aún con hojas secas. Lo que no termino de incorporar son dos cosas: que anochezca tan temprano y la incertidumbre de no saber qué piensan sobre lo que está pasando las personas que me cruzo en la calle.

Regreso de comprar alimentos y escuchar, como todos los días, al verdulero criticar al gobierno. Otro comerciante me anotició sobre el aumento de la nafta. Antes ya me habían dicho el salto del dólar. Entro a mi casa, la casa que alquilo, ahí junto a ellos y me voy hasta el patio a fumar un cigarrillo cuando ingresa el llamado de mi vieja. Su voz temblorosa busca una seguridad en mí y me tira la pregunta que más la angustia: ¿es verdad que Milei va a quitar los medicamentos para los jubilados?

Soy grande, escucho radio. Así llegué hasta Natalia Rome, una comunicóloga y doctorada en Ciencias Sociales. Para mi sorpresa, habla sencillo. Y logra algo que no todos los cientistas sociales hacen: bajar las categorías a la realidad. Habla sobre los “marcos de interpretación”, y sostiene que Milei ha sido muy eficaz en transformar el sentido de lo que para nosotros es conquistar derechos, y traducirlos a su audiencia en privilegios. Son, según él, esos privilegios lo que causan la crisis de la Argentina.

La noción que nos arrima Natalia me alumbra. Le agradezco (ella no sabe). Busco la entrevista, la desgrabo, la empiezo a compartir con amigos y amigas. Es necesario revitalizar los ámbitos de discusión, me digo. Pero nada de eso es suficiente, sino espasmódico. Al contrario, azuza en mí el interrogante sobre qué pensarán otras personas. ¿Qué escuchan cuando algunos hablamos de derechos, de igualdad, de justicia o más aún, de patria? Intuyo la fractura del sentido de la que, obviamente, soy parte. Y me pregunto: ¿Cómo refundar esas y otras palabras que necesitamos compartir para construir un destino común? Siento el peligro de no contar más con la noción de comunidad, mucho menos de Nación o, simplemente, ver el miedo en los ojos de mi vieja y de otros tantos jubilados o jubiladas por la posibilidad de no contar más con sus remedios.