DIARIO DEL FRÍO I / El frío no existe

Leo, en uno de esos artículos de divulgación científica que a los norteamericanos tanto les gusta escribir, que el frío no existe. La temperatura es una medida que determina cuánta energía tienen las partículas de un objeto particular. Así que un objeto con temperatura más alta que otro es tan solo una cosa cuyas partículas tienen más energía que otra con partículas un poco holgazanas. Lo que pasa hoy ahí afuera, entonces, no es frío, es otra cosa que voy a tener que averiguar.

Según el celular, la temperatura máxima para el día de hoy no superará los 2 grados Fahrenheit, algo así como -12 grados Celsius. Todo el tiempo tengo que hacer estas traducciones ya que acá utilizan el sistema de medida imperial pero mi cabeza solo se puede representar la temperatura con el sistema métrico. Equivalencias. Hace más de 16 años que vivo en el norte de Indiana, en una ciudad de tamaño mediano llamada South Bend. Un lugar que tuvo un pasado industrial y ahora ya no lo recuerda del todo.

La ciudad tiene un río con nombre de santo (St. Joseph) que desemboca en ese mar interior al que todos persisten en llamar lago Michigan. El río con olor a santidad parece saber que los caminos del Señor son misteriosos y por eso cada 3 o 4 kilómetros su curso pega un viraje y crea una curva. La ciudad en español se llamaría la Curva del Sur. Y a pesar de lo que diga la física, en esta ciudad hace mucho pero mucho frío, tanto que el río por momentos se congela. No solo el río, claro, todo lo que empieza y termina en sus orillas se transforma en un letargo blanco, blancuzco a veces, por más de dos meses. O más.

Necesito averiguar si lo de ahí afuera es frío y recurro a mi gata. La llamo y le muestro la correa con la que la saco a pasear. Tengo una gata de interiores que se pasa el día mirando los pájaros a través de todas las ventanas de la casa. Le gusta mucho salir y revolcarse lenta por el pasto. Supongo que fantasea con poder cazar algunas de las aves que viven en los árboles y en las canaletas de mi casa. No creo que mi gata conozca la nieve. Pienso que probablemente le guste.

Cuando está asegurada la correa abro la puerta delantera. Nos recibe un viento que no anticipaba, se mueven las ramas que ya no cargan hojas, y la nieve acumulada de la noche anterior parece reptar. La gata percibe estos signos de inmediato, se queda quieta unos segundos, mira en dirección a la calle y yo acompaño su movimiento, ninguno de los dos podemos ver dónde empieza la vereda o dónde termina la franja de pasto porque todo ha desaparecido por la nevada nocturna. Gira el cuerpo mi gata y evita poner alguna de sus cuatro patas sobre el umbral. La veo entrar a la casa con tanta determinación que me olvido de sacarle la correa.

Ahora está subida a una silla, junto a la ventana, mirando hacia afuera. La gata prefiere los pájaros imaginarios a los reales. Es probable, entonces, que el frío tal como lo pensamos no exista.

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