El gen neoliberal, memética de una sociedad destruida

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Un vecino mata a otro en Lomas del mirador, la Matanza. Lo mata después de una discusión por no bajar el volumen de la música tipo seis de la mañana. Esto pasó hace unos días sin embargo la noticia ya no está en ningún portal.

Rafael Horacio Moreno tiene una campera del PSG y unas bombachas de gaucho color caqui, es un ex policía de la federal de más de setenta pirulos, lleva escondido en el bolsillo un 38 antes de cruzar la calle.

La pelea con Sergio David Díaz, colectivero, y su amigo que lleva una mascara de Anonymous para atrás, es por el volumen alto de la música. La escena de la discusión, que vio casi toda la Argentina en los celulares, es muy parecida a la famosa parte del capítulo de Okupas. Esa en la que el Pollo va al Docke a buscar lo que es suyo, a lo del Negro Pablo. Y Walter aparece de la nada y saca un fierro.

El diálogo es prácticamente el mismo. La tenacidad del altercado se aprieta por la falta de respeto de anteponer un arma, por parte del ex policía al igual que Walter, en un ida y vuelta oral. 

La realidad superó a la ficción casi veinticinco años después. En aquella escena de Okupas nadie murió.

La música fuerte, el parlante en la vereda, esa marca identitaria de la clase obrera, es lo que provoca el choque de masculinidad falocéntrica. Acá pienso como ese vecino al que TN después le hace la nota y dice serenamente “yo hubiera bajado la música“.

En todas las casas alquiladas en las que viví nunca pude encontrar la paz o el silencio. En la de Gobernador Solá había un ventanal chiquito, por el cual se comunicaban dos viejas vecinas propietarias, pero cuando alquilaba yo, la señora ya no vivía, sino un sobrino con su señora. Un tipo que no laburaba y que andaba siempre borracho. No escuchaba cumbia pero si rock nacional al taco a cualquier hora. El ventanal daba a donde dormía. Lo maldecía en silencio con fuerza pero nunca le dije nada. Por cagón capaz dormí muchos años con tapones de oído.

Ahora no más mientras escribo esto. En este viejo edificio escucho desde hace horas un punchi punchi insoportable. Es domingo y estoy escribiendo esto a las ocho de la mañana. La música no terminó hasta cerca del mediodía. Y el lugar es bastante céntrico.

No me quiero detener en el caso, analizarlo desde lo judicial como lo hace la maraña de abogados en tik tok. Sino en lo que pasó después, a través de los celulares, con el caso. En menos de veinticuatro horas la muerte de Sergio David se vuelve meme. La muerte meme. 

Origen del etimológico del meme:

“Aunque ahora lo asociemos a imágenes divertidas en internet, la palabra “meme” tiene un origen mucho más académico de lo que imaginás. Fue acuñada en 1976 por el biólogo evolutivo Richard Dawkins en su libro “El gen egoísta”. Dawkins buscaba un término para describir cómo las ideas y la cultura se propagan de persona a persona, de forma similar a como lo hacen los genes. Se inspiró en la palabra griega “mimema” que significa “algo imitado”.  La idea de Dawkins era que los memes, al igual que los genes, son unidades de información que se replican y evolucionan. Así que, aunque el concepto de “meme” de internet surgió mucho después, su raíz etimológica se encuentra en la biología y la teoría de la evolución cultural ¿Curioso, no?😉”, Me responde Gemini cuando le pregunto.

No quiero perder la fe en la argentinidad con el meme del viejo pelado con un Falcon verde de fondo pidiendo que para estás fiestas, no poner la música demasiado alta. Pero un poco la pierdo con la infinidad de replicas caseras que llegan a mi número desde distintos grupos de Wasap. 

No es un caso aislado cuando algo se vuelve viral. Se libera la batalla cultural detrás del shitposting casero viajando por 4g. Aparece un Falcon verde, un ex policía de la federal ajusticiando a sangre fría. 

La violencia ya no baja desde el Estado. La violencia está dentro de nosotros, diría, Byung-Chul Han. Y eso no exime para nada al Estado de la cuestión. Sino que su penetración es mucho más peligrosa, justamente, porque es inconciente. Ya no le tenemos miedo a un milico en la calle, nos tenemos miedo a nosotros mismos en la calle. 

En Paraná también, en la semana, ocurrieron hechos de violencia en los barrios, si uno sigue al medio amarillista de Instagram Reporte 1007. Se ve en casi todo el line up una tracalada de videos caseros con peleas a piñas, fuerzas policiales reprimiendo y griterío en off  de vecinos denunciando atrocidades. 

Una mujer le parte la mandíbula con una llave a un jefe de policía de Entre Ríos. 

Esquina Reconquista y Laprida. Dos hombres en moto hacían maniobras peligrosas sobre la cinta asfáltica, al ser vistos por la policía, se esconden en una vivienda. De la casa sale una mujer con una llave crique que le parte la cara a un jefe de policía. Diez puntos de sutura. 

Diciembre violencia. Rabia e ira que está dentro de nosotros. El gen neoliberal, memética de un sociedad destruida comienza a manifestarse viral. Y no ocurre solo en los barrios más humildes. La violencia está, como dije, donde estamos nosotros. No presenta ningún límite geográfico ni se estigmatiza en las coordenadas del Google Maps.

El saqueo ya no será un hecho social colectivo, ni las manifestaciones. La revolución no será televisada ¿Ya no podremos hablar de una sociedad, como un acto político-colectivo, a la hora de querer cambiar las injusticias, sino como unidades kamikazes que se inmolan sin ninguna fe alguna y sin culpa?

Leo en Candelabro enterrado de Stefan Zweig, una parte reflexiva donde un imperio es invadido por bárbaros:

En la prosperidad, los pueblos los olvidaban y no se preocupaban por ellos. En esos periodos, los príncipes se emplumaban y construían y se engolosinaban con opulencia, y la plebe se entregaba a los burdos placeres de la caza con animales, de la caza con armas y del juego. Pero cuando se alteraba la paz y el bienestar, los culpables eran siempre ellos. Era duro cuando el enemigo vencía, duro cuando una ciudad era saqueada, duro cuando la peste o la enfermedad golpeaban a los países. Todo lo malo del mundo ellos lo sabían, se volvían inevitablemente malo para ellos, y sabían también desde hacía tiempo que nada podían hacer para rebelarse contra su destino, porque en todas partes, sin excepción, eran pocos, y en todas partes, sin excepción, eran débiles y no tenían poder, su única arma era el rezo

Ahora todo es al revés pero la revuelta igualmente no se da. La plebe es demasiada a comparación del emplumado uno por ciento más rico. Y no hay Dios a quién orarle. Sino la mismísima autoexplosión violenta ante tanta injusticia junta.

Creo que hasta acá estuvo bien

nos vimos el próximo miércoles.