El pasado es un acolchado en el que nos encanta reposar

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Luisito comunica, ese youtuber mexicano con más de 40 millones de suscriptores, dice en su reciente entrevista en Caja Negra, que una de las cosas que más le llaman la atención de Argentina, es que la gente es muy fanática de sus músicos locales. Claro, Luisito es un carnal que tiene muy cerca geográficamente la cultura norteamericana.  De todas maneras me llamó la atención y lo confirma el reciente lanzamiento de la plataforma Netflix con la serie sobre Fito Páez, El amor después del amor. 

Quizás tenemos industria y nos jactamos al pedo de ser un país que solo ensambla y no fabrica. Aunque se trata de música y no de autos. 

A todo el mundo parecería haberle encantado la serie. Me alegra que este tipo de producto artístico logre una popularidad de consumo donde no parece haber grieta. Creo que pasó algo parecido con la película Argentina, 1985 de Santiago Mitre. Aún en momentos donde ambos productos artísticos se refieren a los tiempos oscuros de dictaduras, tengo una sensación de que el arte logra consensuar posturas de extremas opiniones que quizás las personas no llegan a tener, en otros ámbitos incendiados, claro está, por algún que otro candidato de turno triste y loco.

Uno escucha en cualquier lado que la gente habla de la serie. Que la vio, que la está mirando o que la arrancará a la noche. En la tele, en la radio y en las redes todo el mundo está hablando de la serie de Fito. Salvo algún que otro odioso en Twitter no escuché comentarios negativos sobre el producto del momento. 

En mi trabajo mis compañeros comparan la música de ahora con la que la serie muestra. Lógicamente me sumo a ellos aunque sé que en el fondo no sirve de nada comparar. Pero por otro lado, cómo hago para pararme en un lugar para pensar sobre otro lugar. 

Y sí, no faltan los que dicen llorisquear a la música de antes. Más que nada resaltan la manipulación instrumental de los músicos y su capacidad poética para poner en palabras, por qué no, lo que vivía todo un montón de gente. ¿Será que ahora la gente se expresa demasiado en las redes y ya no necesita a ningún profeta que se exprese por ellos? ¿Será eso? O es que ya no es la música el tender donde ponemos a secar todos nuestros trapitos al sol y que ahora es una soga enorme y larga donde la colgamos para que se seque sobre el terreno de la política. 

Hace unos años la política no tenía onda ni era una soga, no era algo cool, era cosa de gente grande, de tipos de traje y serios que hacían sus negocios. Ni en pedo ibas a una movilización no zafaba el caretaje mandarse esa. Te quedabas en casa mirando los 400 golpes de Truffaut descargada de pirate.by y los sub de subdivx y te sentías mil. Re alejado de todo. Pero ahora eso re mil cambio. La realidad, la economía y la política parecen estar súper más presentes en la vida de todos. Y no solo de los jóvenes, eso es lo más loco.  A veces extraño esos años de pelotudeo occidental y de vivir en una nube de pedos, ahora vivimos en una nube de pesados dólares o de dolores. Hoy un Charly (Duki?) escribiría “la política sigue pero a mí me parece igual”.

No quiero caer en que todo pasado fue mejor. Pero el pasado tiene ese acolchado suave y tierno en el que a todos nos gusta reposar. Entonces pienso qué disco que me fascinaron en 2013, quizás el último año del rock, vendieron un millón cien mil copias. Y cuáles de esas bandas llenarían hoy un estadio de Velez. Hoy ese fenómeno se lo llevan los músicos urbanos. No todos, solo el Duko. El duko es nuestro Duke.

La música cambió y a mí me parece igual o la política cambió pero a mí me parece igual. Entre el tik tok oficial de la Pato Bullrich andado a caballo sobre un tema de la Joaki y que ahora los músicos trabajan los estribillos pegadores para que se adapte a las coreos de 15 segundos que los usuarios hacen virales, ya no sé qué pensar. Me siento un poco perdido. 

Soy un Tiranosaurio Rex pero qué hermoso era ir a las bateas de Musimundo a buscar cds y perderse en esos sueños púber de ser músico mientras estabas tirado en una pieza húmeda escuchando La biblia de Vox Dei. 

El pasado es un acolchado en el que nos encanta reposar.

Hasta el próximo miércoles.