Cuando dejen de escribir, va a morir el rock. Aún peor, sin relato va a existir muerto. Hablo de narrar la salida de noche a un recital y documentar esa historia el día después. Dedicarle horas a un disco nuevo e investigar dónde, cómo, cuándo y quiénes lo hicieron. Reflexionar sobre sus letras y buscarle sentido a nuestras sensaciones. Con una idea nueva también llega una página en blanco.
Lo que quiero decir es que estoy convencido que no basta con que solo haya música sonando igual en todas partes y al mismo tiempo. Lo que afirmo es que, justamente en la época del ‘ahora’, se trata de dejar por escrito eso que sentimos cada vez que escuchamos nuestra banda amada. Sin registro nuestra vida puede caer rápidamente en el olvido, o mucho peor, perderse en internet.
Cuando se escribe esa página nueva, la de aquella primera experiencia capturada, es imposible frenar. Así comienza el libro nuevo del periodista cultural Martín Pérez, Quiero verte otra vez. Retratos, recuerdos, despedidas, publicado recientemente por la siempre vigente editorial Mansalva. Son crónicas que así como no dejan de llegar, se escriben de a una, y son perseguidas obsesivamente, a la vez que renuevan la imagen de presente que construimos. Bajo esta premisa Martín trae a la actualidad figuras atemporales, que ahora, gracias a su enorme trabajo de archivo, ingresan a nuestras vidas con la potencia intacta. Entre sus ensayos conviven, entonces, historietistas, películas, paseos en bicicleta, Diego Curubeto, María Rosa Yorio, Pete Hamill, Veinte años por Omara Portuondo, Los Mundos Posibles y Los Palmeras. En ningún ensayo se menciona una serie de streaming.
Lo que sí hay es una preocupación del autor por lo propio, a la identidad que nos pertenece como seres curiosos de la cultura popular y masiva, que se manifiesta en algunos títulos de los textos: “Eso que somos”, “Uno de los nuestros”, “Nuestra pared”. Este reclamo se sintetiza claro y fuerte hacia el final del primer relato: “No me pude decidir si habíamos perdido o ganado la batalla. ¿La ganamos, y entonces suena nuestra música? ¿O la perdimos, y ahora nuestra música es de ellos? ¿La música pertenece a alguien? (…)”.
Aunque cronológicamente, y de manera curiosa, el libro empieza su recorrido en febrero para llegar a diciembre, aquella pregunta inicial pone en marcha una travesía no lineal que establece una relación singular con el pasado, inventando una dimensión temporal particular. La idea del aquí y ahora que se esboza en los ensayos poco tiene que ver con la normalidad mediatizada que nos atropella. Mediante el ejercicio de la memoria, el acontecimiento es capturado en el momento exacto, y así el pasado que se evoca recupera una (otra) época antes de que sea demasiado tarde. Esta suerte de rescate emocional anhela posicionar al recuerdo, mediante el registro escrito, en un lugar seguro, que no solo es un refugio, sino un elemento indispensable para el futuro. De esta manera, uno de los legados que se recuperan es la historia del periodismo cultural como la documenta su autor a diario.
En Quiero verte otra vez, entonces, no hallamos una sola respuesta sino varias en calidad de referencias que no hacen otra cosa que comenzar un largo y arduo trabajo de restitución, impulsándonos a leer, indagar, escribir sin esperar, y no parar hasta lograr que todo eso se transforme en un aprendizaje nuevo, y quizás con práctica y permanencia, en un oficio. Porque si la escritura es aquella hermosa forma de retener la vida en tiempo presente, las crónicas de Martín transmiten, por sobre todo, la sensación que vivir y narrar se hacen de aquella manera con que mejor se identifica al rock: en vivo y en directo, y con el corazón en la mano.