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Ya no hay más fin de mes. Por lo menos para mí y creo que para muchos, lamentablemente también. No hay dinero. Solo distintos niveles de capacidad crediticia. Escribo sobre todo para los casi cincuenta lectores fijos de esta columna. Algunos recurren al mono de Mercado Pago, otros al cierre de la Naranja y los más privilegiados a algún plástico black emitido por una entidad bancaria.
No tengo datos pero lo que se ve es que toda la Argentina esta de una o otra manera debiéndole algo a alguien. No hablo de otro tipo de gente, para que se entienda compartimos calles, aire y rio con el clan Villegas que seguramente no tienen estos problemas. Que paradójicamente lo único en blanco y limpio que tienen es el color de sus atuendos.
Una cosa se une a la otra si lo pensamos en el fondo. A unos pocos les sobra demasiado de los que a los muchos otros les falta en abundancia.
Muchas cosas pasan en la Argentina que me mantienen alerta. Desde hace unos meses empecé a maquinar la historia subjetiva que tengo yo frente a la deuda. Se puede comenzar a hacer una especie de edipo-financiero como para entender cómo cada uno de nosotros mantiene una relación con la guita.
En mi caso personal. Mi viejo siempre estaba endeudado. Y yo le atribuía la culpa a él, como jefe de familia y gerente de la economía familiar. Ahora que casi tengo la misma edad que mi papá cuando yo lo veía todo endeudado desde chico, me pongo a pensar que eran los famosos noventas. Esos benditos años donde todos te dicen que la cerveza y el paquete de puchos costó un mismo precio durante diez años.
Una pregunta ahora me surge ¿A qué costo se mantiene esa estabilidad?
Nosotros habíamos vuelto desde capital a Entre Ríos en 1989. Sergio había renunciado al trabajo de subtesorero en el Deutsche Bank. Mis viejos volvían a su ciudad de origen, yo dejaba mi ciudad atrás. Pero no volvíamos sin nada. Mi viejo desde Buenos Aires giraba todos los meses dinero a mi abuelo que le pagaba una cuota de un terreno que había comprado en San Agustín. Donde después la empresa Viviendas Anahí levantó la prefabricada donde crecí.
Otra pregunta que me surge ¿Qué obrero ahorra hoy en día con el objetivo de la casita propia?
Mi viejo era un tipo fuerte y laburador. Nunca lo vi faltar al trabajo. Se arremangaba y burriaba. No le tenía asco a ningún puesto. De hecho cuando vuelve a Entre Ríos tiene que trabajar con su madre que tenía una despensa. A los meses consigue un nuevo trabajo en la peatonal vendiendo tarjetas de crédito. Yo era chico lo recuerdo perfecto. Año noventa y dos.
Esos años neoliberales del país se sostienen con el pueblo con altísimo nivel de deuda. Casi como lo que sucede ahora. Mucho no lo banco a Máximo Kirchner pero una vez dijo algo fundamental que nunca lo olvidaré “lo que hay que discutir en la Argentina es nuestra relación con la deuda”. Tomar la deuda como un problema filosófico para nuestra nación.
Después del trabajo de la venta de tarjetas de créditos en la peatonal, mi papá entra a trabajar con el turco Abud. Y su famosa cadena de supermercados. El puesto que le atribuyen es nuevo y un experimento. El turco tenía mucha gente que le debía. A Sergio le dan una oficina y un teléfono para tratar de convencer a la gente que regularice su situación crediticia con la firma. Esto es ya a mediados de los noventas.
Mi viejo me contaba que hizo pagar a muchos morosos. La palabra morosos entra en mi mente por esos años, que le hacia la psicología a la gente para que pague. Era buenísimo para eso. Había trabajado en un banco. Manejaba el lenguaje. La situación económica de mi país ahora la puedo entender recordando los trabajos que tuvo mi viejo.
A mi no me gusta viajar. Al toque que piso otra ciudad ya empiezo a extrañar Paraná. Te iría una tarde a tomar mates al Támesis y tratar de encontrar esa rata que arrastraba la panza en el pasto que alguna vez el Tío Tom poetizó. O a Florencia y mirar algún que otro cuadrito renacentista de Piero Della Francesca pero después me aburriría. Ni loco cambio eso por mi cama y mi mesa de luz con libros.
Tengo eso porque de chico no viajé. Nunca me fui de vacaciones con mis padres. Eran los noventas. El neoliberalismo necesitaba que los obreros se endeuden y no que viajen. Los que compraban departamentos y libros en Europa era la burguesía. Y no estoy en contra de eso. La vida es así. Pero tampoco me lo voy a tragar y no decir. Un poco de resentimiento no le hace mal a nadie.
Actualidad. El país pasa un nuevo proceso neoliberal atroz. Movilización universitaria miércoles 2 de octubre de 2024.
En la marcha ya no está esa burguesía que yo me imagino. En la marcha universitaria hay de todo, pero más que nada están los hijos de los obreros sin educación que tratan de luchar por un movilidad social ascendente, hacia un estándar burgués, a la Argentina, claro está. Que no se trata de una burguesía hasta la jubilación y para siempre sino más bien a un conjunto híbrido social que debe rezarle más al alquiler que a ser alguna vez dueño.
Estudiar para poder mantenerse como se pueda en un trabajo. Haciendo lo que te gusta. Aunque la rutina lo mismo cance. Nada más.
Siguen el pasado de los noventas en mí.
Entonces aparece el manejo de la deuda. Mi papá sólo podía comprar comida en cuotas. Las grandes provistas de cada mes de los noventas. Los carros llenos de mercadería. No había plata para más. Tomar deuda para comer. Pagar el mínimo de la tarjeta para que el efectivo sirviera para los servicios. Al abonar el mínimo, la entidad bancaria cobraba un interés por ese yogur con pan que me alimentó en la infancia. Lo tengo que decir mi viejo también me compró la casaca original de Boca del años 97’ en cuotas. La primera Nike, la famosa polémica de la franja blanca.
Casi como ahora yo que compro comida en cuotas con crédito. Casi como ahora que me compró las Nike air max 97 que también pago en cuotas.
Un trabajar asalariado no ahorra en dólares. Los dólares de un trabajador asalariado son la deuda. El fondo monetario internacional exprime a los países pobres del fin del mundo. Busca algun hueso sano desde donde sacar jugo aunque sea un requecho. Mientras tanto la burbuja sigue inflándose hasta el cielo. El dinero no existe. Lo que existe es la ficción del dinero que es básicamente el mundo en el que vivimos. La burbuja.
Soy peronista y creo en el capitalismo. No estoy para nada en contra de la ficción del dinero. Siempre y cuando todos tengamos las mismas chances de pararnos en la misma línea de partida en la carrera. Después vemos la meritocracia, primero esto. Los que menos tienen deben ser asistidos por el Estado. Algunos financiando en conocimiento, a otros ordenando la economía para aumentar el trabajo formal.
Cuando entendí eso, entendí que era peronista, con todas las contradicciones a las que me lleva pararme cultural y espiritualmente de ese lado en mi país.
“Soy peronista, porque soy marxista” Juan José Hernández Arregui.
La economía es como el amor, se basa a través de la confianza. Un debate que se tiene que dar dentro del peronismo es por qué no se pudo frenar con los últimos índices catastróficos de inflación. El último 19 de diciembre el argentino le dijo basta a esa enfermedad crónica. Y no le importó nada más que parar con esa alocada subida de precios.
Todos los administraciones del mundo presentan déficit. No existe país con dinero real. La economía es más ficticia que todo el cine junto. Pero no todos los países tienen instituciones fuertes y mecanismos en los cuales confiar. Y cuando hablo de países fuertes también hablo de naciones a los que no les importa hacer lapidar a países más débiles para sostener su fortaleza.
Argentina tiene instituciones fuertes. Nos hacen dudar de que no las tenemos, pero si las tenemos. Lo que hay que forzar es la cultura de la gente frente al poder de esas instituciones. Y cuando hablo de cultura no hablo de libros, sino de la esencia de las personas. La cultura de formar parte de un subjetividad espiritual conjunta. De sentirse orgulloso de ser argentino. Los gorilas van a existir siempre y los peronistas también vamos a existir siempre. Si dejamos de existir, dejaríamos de ser nosotros. Es el país que fundamos. Con civilización y con barbarie.
Ya no se llega a fin de mes. Porque no hay fin de mes. Es nada más que deuda unida a un calendario sin freno. Pero algo esta empezando a pasar. Me agarro a eso.
Creo que hasta acá estuvo bien
nos vimos el próximo miércoles.