Historias de familia y el peso de la memoria

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Me desvelo a las dos y cuarenta y siete y acaba de cambiar el reloj digital de la PC, que se arrincona debajo del lado derecho en el zócalo, también digital, apurado por un emoji de megafonito. Si me paro arriba del cursor del megafonito y le doy con el ratón clic derecho, la leyenda dice: “Solucionar problemas de audio”. Pegado al megafonito está el abaniquito triple, a esta altura de la vida, familiar, del wifi.

Se nota mucho que estoy leyendo El nervio óptico de María Gainza, naaaaaaaaaa. Yo escribo así desde Cemente Saer.

Tengo que confesarles algo ahora que me acuerdo. La anterior entrega fue escrita a dúo con IA. No tengo vida social, semanal, ponéle. Pero las dos personas con las que me vi y que leen el #diariodemiércoles se dieron cuenta al toque de mi fechoría: mi novia y Manolo. No me da vergüenza, de hecho, me divierte. Igual, la IA está re en pañales y palomea bastante. Se repite bastante, como para tratar de escribir una entrada de diario. Es como que se queda sin nafta al toque y vuelve para atrás y, de repente, copia como estúpida lo que ya había escrito bastante. Y eso que la alimenté de lo lindo cargando PDF y le escribí un texto larguísimo con lo que quería que escribiera por mí. La conclusión es que tuve que corregir como un desalmado y me daba una bronca enorme. Igual yo escribo bastante bastantes.

No estoy en contra de la IA. Yo leí hace unos años el superventas nacional de Kenneth Goldsmith (Caja Negra en 2015): Escritura no-creativa. Y mi frase favorita del tío Tom T. S. Eliot es: “Los buenos artistas copian, los grandes roban”. Así que no tengo ningún mambo a un nivel subjetivo con trabajar con inteligencia artificial, de hecho, lo encuentro bastante creativo y lúdico.

Lo que más me persigue es pensar el alimento que le estoy dando a la IA para mejorar en el futuro, y cómo sigo en mi condición de explotado trabajando gratarola para Google, no solo gratarola, sino que casheo por la Gemini Premium, que tiene todos los chiches. Porque ahora trabajamos para Gemini, ChatGPT y todas las demás que componen el canon del boom del momento. Pero yo no quería escribir sobre esto, sino sobre el 24M. Aun así, desde un lugar más cotidiano e íntimo.

Fui a comer con mi vieja, mi madrina, mi primo y su hijo a San Agustín a la noche. Masacramos unas zapis, americana y especial, de Nogaró que nos llevó Erica de PedidosYa con el novio en una moto, que por la oscuridad no alcancé a ver.

Yo sé más que mi mamá de las fechas y eso que nací después de ella. Confunde Malvinas con el golpe militar, se le mezclan los tantos. A mi madrina le pasa lo mismo. Yo no sé si se olvidan inconscientes o si el terror del Estado de aquellos años hizo bien su laburo, en la memoria de mami, borrándola por completo.

Es un tema áspero para hablar. Mis viejos vivían en Buenos Aires esos años. Pero como ella dijo anoche en la cena: “Nosotros vivíamos laburando como negros chiquitos, ni sabíamos lo que pasaba”. Ante mi insistencia de consultarle si no sentía algo como una energía oscura en la Buenos Aires de aquellos años, si cuando salía a la calle no notaba algo medio raro, a lo que me contesta: “Nosotros con tu padre estábamos maravillados con Buenos Aires, no le prestábamos atención a nada más”. Mi picante punto llegó al límite más alto cuando le dije: “¿Vos no habrás estado mirando a Rolando Rivas, taxista, en el prime de la tele, mientras amanecían cadáveres tirados en pleno obelisco?”.

Mi madrina y mi vieja se quedan calladas. La pregunta picante pasó de largo.

Mi primo le ayudaba a hacer la tarea a su hijo. El niño dibujaba el escudo nacional sobre una hoja mientras mi primo le mostraba la foto a color en el celular. “¿Qué mierda significa el gorrito rojo este?”, me pregunta mi primo. Yo le digo que me parece que es de los radicales. Pero me entra la duda, entonces voy a Gemini y me tira la respuesta:

El gorro rojo que se encuentra en el escudo nacional de Argentina, así como en los de otros países latinoamericanos, es conocido como gorro frigio. Su significado se remonta a la época romana y la Revolución francesa, y representa la libertad.

Aquí detallo su significado:

  • Símbolo de libertad:
    • En la antigua Roma, el gorro píleo (similar al frigio) era utilizado por los esclavos liberados como símbolo de su nueva condición.
    • Durante la Revolución francesa, el gorro frigio se popularizó como un emblema de libertad y republicanismo, representando la liberación del pueblo de la opresión monárquica.
  • Republicanismo:
    • En el contexto de los escudos nacionales latinoamericanos, el gorro frigio simboliza los ideales republicanos y la lucha por la independencia de los regímenes coloniales.
    • Representa que no solo es la libertad de una persona, sino la libertad de todo un pueblo.
    • En el caso del escudo argentino, el gorro frigio se encuentra sobre una pica sostenida por dos manos entrelazadas, simbolizando la unidad de las provincias y la defensa de la libertad.

“Ah, boludo, es el gorro frigio de los Pitufos”, me dice. Nos reímos como locos a carcajadas. Después sigue la imaginación de mi primo cuando me dice: “Es el del Chompiras”. A lo cual los dos estallamos de risas más fuerte. “De una, tendría que ser negro en vez de rojo”, le digo, “por lo chorro de los argentinos”.

Mi madrina se mete en la conversación diciendo: “El argentinito siempre copiando ideas extranjeras para colocarlas en los símbolos nacionales”.

Justamente, a la tarde en el laburo también se había armado un mini debate en el descanso. Miguelón, guardia de seguridad ex Albatros, empieza a contarnos a mí y a Chema que la nietita le pidió ayuda con una tarea oral que se tenía que hacer en familia. Y era hablar sobre el 24 de marzo de 1976 y por qué se lo llama el Día de la Memoria. Miguelón llama por teléfono a la escuela y habla con la directora y le dice: “Pero qué historia le cuento, porque hay dos: la de ustedes o la nuestra”.

Todos los días previos al Día de la Memoria se arman estos mini debates en los ámbitos familiares y laborales. Me gusta escuchar más que pelear. A veces meto bocadillos, pero soy de prestar atención y hasta a veces afirmar cosas que no pienso en realidad, para que la otra persona siga entusiasmada en el relato y me cuente cosas. Me pasa mucho con Miguelón, vivió otra Argentina que yo no viví, corre con ventaja, yo apenas leí algunos libros.

En fin, la noche siguió entre la comilona de harina y queso y huevos y tiras de morrón con una Brahma y una Coca. Los recuerdos familiares siguieron en esa charla de sobremesa. Mi madrina fue a ver a Queen en el famoso recital de los 80’ en Ferro, pero no recuerda casi nada, cuando le digo que presenció alto concierto. Mi mamá recuerda que vivían en un departamento de Beruti casi Santa Fe y que era grande y tenía dos ambientes. Las hermanas la iban a visitar y se quedaban ahí si conseguían laburo.

Yo le digo a mi primo que calculo que mi viejo bancaba todo trabajando en el sector financiero. Hizo meritocracia en el Deutsche Bank, pasó de empleado de limpieza a subtesorero de la firma, sin tener el secundario completo. Cosas que pasaban en otra Argentina. En ese país de los 70’, plena dictadura. Muy loco.

Después la cortamos con tanta historia política y nos pusimos a hablar de cantantes populares. Mi primo es fan de la cumbia santafesina, de la buena, como le dice él, entonces pinchaba desde el celu a un JBL unos temaikens terribles de Los Lamas, Sergio Torres y Los Dueños del Swing y El Brujo Ezequiel. Lógicamente, terminamos recordando esos brillantes dos mil en calle Montiel con parlantes en la vereda en San Agustín, con dos discos fundacionales: El aguante continúa de Super Mario Pereyra y el clásico En directo- Piel con piel de León Santafesino.

A las doce entré a cabecear, el hijo de mi primo se aburre de la charla de grandes y también medio que se empieza a dormir sentado. Me pido un Uber que me saca de la maravillosa oscuridad de San Agustín y me deposita en la brillante opacidad de mi nuevo barrio del centro.

Hasta acá estuvo nostálgico. Nos vemos el próximo miércoles.