Sentados en la mesa, esbozamos un plan. Con la idea de segmentar la noche siguiente, Ángeles, Pato, Francisco y yo, apostamos por una estrategia letal para el programa del viernes: show y baile en la presentación de un libro y su editorial responsable. Estamos proyectando, como dirían en la serie de Larry David (‘Disminuí tu entusiasmo’), “una reunión para una reunión”.
Nada más inútil que intentar esquematizar un evento paso a paso, o por lo menos, anticiparse para que arranque al horario acordado. A eso de las 19.30, mientras probamos sonido, Francis B. arranca la primera lata, lo que equivale a decir que, con este gesto espontáneo, se abre la noche, invitando a los demás (los que llegaron temprano!!) a que se unan.
El efecto es instantáneo. Muy pronto cada participante bebe y habla animosamente en la puerta del lugar, postergando así el inicio formal del encuentro. De la misma manera, el plan diseñado, tal como se diluye en nuestras mentes, se aleja aún más con la llegada de gente nueva (la que no respetó la hora estipulada). Teoría y práctica acompañadas de la mano en una despedida tan lenta como efectiva. La gente ingresa, no escucha música, y despejada, vuelve a salir. Este movimiento le otorga una frescura desinteresada al fluir de la demora.
En la puerta Pesca y Fran piensan sobre el peso de la obligación al trabajar -el ser algo útil- y fantaseamos seguir el ritmo de la improvisación, medio como hacemos día a día. Ningún plan funciona tan bien como este: despreocupados y con una enorme falta de expectativas.
Entonces entramos sin ser llamados. Arranca Pato y el proyecto editorial empieza su leyenda. La ayudamos a escribir entre todos, aportamos escuchando y con más charla dilatada. Antes el Pesca lee unos cuentos breves buenísimos sobre ducharse y existencialismo, el personaje dice: “soy Octavio Gallo, soy Octavio Gallo, soy Octavio Gallo”.
Previo a tocar, le respondo a Flor P., quien todavía está a tiempo de llegar. Salimos con Gero a repasar la lista y encaramos los temas con la adrenalina cargada en el espacio. Después del saludo final, celebramos el suceso antes de perder la electricidad voraz recibida al bajar.
Las próximas horas las dedicamos a postergar las obligaciones con mucho más éxito. Nuestras ideas no llegan ni al amanecer del día siguiente.