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La sonrisa que amplifica la lectura

La primera vez que escuché leer a Beatriz fue cuando recitó su poema “Morir, soñar, morir de algo que nombra (soliloquio del empresario excéntrico)”, en 2009, en el Poesía Elástica que armábamos con Carina Radilov Chirov. Beatriz iba a leer en el escenario a piso para el cierre. A último momento se calzó su visera, la dorada, su fetiche reina de la noche, un ojo casi en su cuerpo, y me pidió arrancar desde el pasillo del bar, lleno de gente, hasta donde diera el largo del mic.

Esta forma de verla en escena fue como viajar al futuro de la escritura: en el medio del movimiento, entre las voces, con una decisión de forma que eleva el artificio de lectura y lo amplifica. Ella hacía fade in, y las voces de la gente hacían fade out a medida que caminaba entre las mesas, entre los cuerpos sentados o parados, y detenía su caminata en el espacio central del bar. Sin aviso, Beatriz estaba allí, prediciendo formas de escritura que hoy enuncia el algoritmo.

“Canción de la derrota” es un fino juego de artilugio de textos sobre arte, música, literatura, televisión, fiestas, aburrimiento, tiempo, materia, estéticas, lecturas, política. No hay un modo de encasillarlos, salvo que ponga el ojo en zoom de mi pasado y piense: cada texto es una performance. Ustedes se van a encontrar, tal como vi leer a Beatriz en 2009, con un giro hacia lo espectacular de la palabra, hacia su puesta. Se van a encontrar con capas de entrada y salida para que podamos interpretar la realidad estética que les ocupa. Y con la melodía de una voz que siempre (siempre) realiza un giro arriesgado y pícaro.

Mientras iba leyendo Canciones, anoté estas ideas en los márgenes:

  • “Ars poética”: dice que un cuadro es lenguaje chocado y que la flecha que le indica al lenguaje ese mal camino se llama poesía. Pienso en Bjork en “Its oh so quiet”, esa canción en la que pide silencio, canta un swing de los ‘50 y estalla en un grito para volver a hacer shhhh. Pienso en Alicia en el País de las Maravillas mientras está delante de las flechas del camino y mira hacia acá, hacia allá, y arranca a caminar sin saber que algunas de esas flechas giran a su espalda (Alicia no sabe de las flechas, Alicia sabe del gato flotando en el aire sobre su cabeza, el tercero del sentido de sonrisa perenne, el aparezco-desaparezco).

  • “Recuerdo de la Argentina” y “Canción de la derrota”: los datos no importan, diría el gato de Cheshire, sino su visibilidad y su invisibilidad.

  • “Un partido de billar entre Van Gogh y Scorsese” y “Carcajada Dadá”: aparecen elementos lejanos entre sí en el tiempo (dos películas en el primero, el dadaísmo y el arte pop en el segundo) y Beatriz los acerca con angurria poética y encuentra relaciones como quien baila en una fiesta, imbuido en esa cápsula.

  • El compendio del final es diamantino, la memoria de Bea es prodigiosa y todos tenemos nuestra deformidad (la mía es la deriva); hay precisiones como si de puestas teatrales, funciones, se tratara: fechas de publicación, correcciones, primeras versiones o primeras apariciones de cada texto, dónde fue leído y para qué ocasión.

  • Beatriz se arroja al lenguaje crítico. Arrojarse es también ornamentar el salto. La práctica no te hunde en el fondo. La zambullida no me deja sin respiración.

  • Esto se puede leer mientras uno va caminando. Los textos tienen una movilidad que echará raíces en nuestro cerebro igual que cuando leemos el celular en la calle, pero estos textos no disgregan, curan.

  • Es un disco que suena, lo puedo poner de corrido o leer entre acciones del día (por ejemplo mientras cocino, corrijo cosas de la escuela, voy al súper y vuelvo).

  • Siento que no estoy sola mientras leo este libro, quizás porque soy del siglo XX, como la mayoría de nosotros en esta librería, rodeados de libros, que son objetos que elegimos para vivir.

  • El humor de Beatriz siempre: “yo imagino un universo alternativo donde los empleados de la Afip son medicados si no logran producir un cuento como la gente”, finaliza en “La clave” (¿quién no ha querido entender en qué clave suena la música de las instituciones bancarias?).

Vuelvo. Trato de recordar: ¿qué hacen los ojos del gato mientras Alicia sigue las flechas que le indican el mal camino (de la poesía)? Sé: los ojos del gato de Chesire quedan flotando, como su sonrisa. Se va el cuerpo del gato, su contorno; queda su flotamiento, un eco bamboleante.

Puedo decirles: las Canciones de la Derrota son, para mí, como la gorra dorada de Beatriz, un ojo que amplifica mi lectura, lo que sé de artes, música y literatura (y todo lo que no sé). Van a encontrar un camino. Yo lo hice (a veces las flechas cambian de dirección).

Para mí es el gato de Cheshire el que viajó al futuro y leyó a Beatriz. Para mí que el gato es Beatriz. La veo sonreír mientras se calza la gorra dorada y canta estas canciones. Busquen esa sonrisa.

*Escrito a partir de la lectura del libro “Canción de la derrota”, de Beatriz Vignoli, publicado por 7 Vidas Ediciones. Leído en la presentación, el 5 de julio en la librería Del Otro Lado Libros, de Santa Fe.