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Navidad y año nuevo y llega no más otro diciembre. Un nuevo año termina. El futuro llegó hace rato y no era como lo imaginabas. La cosa que ahora me acuerdo de mi viejo que se volvía loco cuando llegaban las fiestas. Compraba a mansalva comida y alcohol. En el super dos changos llenos de mercadería con botellas que chillaban.
No importa el gobierno, todos nos ensartamos, en estos meses, comprando. De las alturas más densas baja el aguilucho como un flash sobre el Bersa inmaculado, lo que produce gente con bolsas más grandes que su estatura, que caminan dificultosamente, inmanejable, por la peatonal.
Si el centro no está hasta la manos como en otros años intento pensar que es por la innovación de las compras online. El tráfico en la internet de llenar los carritos virtuales con promos, manipulando el celu, ansioso, tecleando los dieciséis números de la tarjeta, el DNI, mail y los últimos tres de seguridad que se encuentran al dorso. Y todo gracias al pulcro cable, que uno imagina grueso, debajo del agua del mar en Las Toninas, que hace posible todo el tráfico virtual de compras online en la Argentina.
Y que ningún tiburón lo muerda, como pasó en la semana con el famoso marsupial, comadreja, que entró a Enersa y dejó a gran parte de la ciudad sin luz.
Pero papá compraba comida y chupi como para un batallón. Las botellas después iban a parar a la heladera, antes de ser arrojadas a un tacho de esos enormes, que ya no sé si vienen, tachos de latas de casi metro y medio con barras de hielo y agua desde donde uno podía sacar botellas y botellas y más botellas.
Las calles del barrio se cortaban con autos sin pedir permiso al municipio. Otros años de parlantes en la vereda y cumbiones hasta la madrugada. Nosotros íbamos a la tarde a lo Amati a comprar cohetes. Cajas enteras con de todo para explotar después de las doce. Otros años, otra vida. Los pobres animales nos chupaban tres huevos, se encerraban en la pieza y listo.
Nosotros le dábamos con todo a los petacones contra las paredes que quedaban todas negras de pólvora. Gurises que a penas hacía días que se habían parado por primera vez, manipulaban en redondel con los bracitos las estrellitas. Los más grandes, pero no tan grandes tampoco, apuntaban para arriba los tes tiros, esos tubos de cartón con mechas rojas pequeñas. Las cañitas voladoras se ponían apoyadas sobre las bocas vacías de las primeras sidras que quedaban ya escabiadas.
Otros años, años que parecen haber quedado tirados en el piso melancólico del pasado. Que ya no van a volver nunca más. Negligencias innecesarias del tiempo.
Llegan estás fechas y los hígados lloran. Comer y chupar como si no hubiera un después. Pero después existe siempre. En mi caso, la mesa navideña cada vez es más pequeña, mucha gente ya quedó atrás, pasó para el otro lado. Lo lindo es que gente nueva llega. Después existe siempre. Más allá del gobierno igual se festeja. Se toma y se come lo mismo.
Todas las vidrieras con los maniquis de vestidos rojos. Moda nueva que miro cuando vuelvo del trabajo a casa a la noche. Luego de pasar una tarde infernal como empleado de comercio. Pero hay que vender, no queda otra, aprovechar, la época del año, encima después de este año desastroso, dos veces encima, gracias a lo desastroso en materia económica de este desgobierno en el país.
El municipio montó alto escenario frente al correo. Todo Paraná por las calles comprando escabio y comida sobre calles cortadas. Tocó Virus como soporte de The la planta, Paraná no lo entenderías. Igual ver a Virus sin Federico Moura es como cuando en Paraná traían al pelado de la Mosca y esas gafas horribles y tocaba los covers de Los cadillacs y nosotros hacíamos pogos de ska sobre el asfalto enfrente al ACA.
Igual banco la movida y me gusta ver al pueblo mezclados con los hippies con osde, esos que escuchan El kuelgue y pasean perros salchichas, y los seudointelectuales tomando los lugares públicos con latas en la mano. Por suerte termino todo piola y al otro día la zona de la catedral ya estaba increíblemente impecable. Otro mundo, otra vida.
Vuelan las cuotas con promos sobre el ambiente triste de un shopping plásticoso, las cámaras lasisticas apuntando a los QRs impresos en cartones baratos. Yo critico punzante porque escribo pero me gusta ver los comercios hasta las manijas. Ya vamos a tener tiempo de sobra en las tardes de enero para desplazarnos sobre las arenas del municipal y hablar al pedo mirando el Paraná. O en las piletas de los complejos de los sindicatos.
Se termina un año y se festeja igual. Lo peor que le pueden quitar a un pueblo es su alegría. Después vemos cómo pagamos. Que a nadie le falte un sidra sobre la mesa para compartir en familia. Viva Perón carajo y que se les explote el cerebelo a los gorilas.
Eso si, si toma no conduzca. El mundo cambió. Y mirá si cambió.
Creo que hasta acá estuvo bien
nos vemos el año que viene.