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Es la falta lo que nos hace vivir. Es complicado de entenderlo pero es clave para una vida saludable convivir con ese vuelto que ningún intercambio comercial nos devuelve. Vivir sería entonces como ir a comprar algo, pagar en efectivo una suma superior a la acordada y no recibir nada a cambio ¿Pero quién se queda con el resto y por qué? ¿Alguien se queda con algo?
Todo el finde pasado me la pasé pensando en esto. Fui invitado a una lectura de poesía en Fundación Andreani en el barrio porteño de La Boca. Manguié como es mi costumbre, unos días antes del evento así aprovechaba el viaje. Me prestaron un departamento para pernoctar.
Había un ventanal con una vista hermosa que daba al riachuelo con el mítico puente transbordador. Todavía no tengo claro cómo funcionaba ese bicho metálico en el pasado. Otra vez la falta, la del conocimiento.
Llego a Capital, me tomo un subte y ya quiero estar de nuevo en Paraná. Aunque todos mis amigos me piden desde hace años que me vaya a vivir allá, yo no podría. La ciudad me encanta pero es demasiado grande para mi metro sesenta y siete de altura. De ego mido un poco más.
Es la ciudad de la falta donde siempre hay un evento al que no llegás a ir. Buenos Aires me hace tergiversar un poco mi hábitat natural de provinciano ermitaño. Que vive encerrado entre cuatro paredes contemplando en el techo todos los lugares, recitales, óperas, partidos de fútbol, museos, shopping y espectáculos a los que me gustaría ir, pero por la falta no voy. Porque la falta es lo más importante en la vida. La falta en todo sentido, de amor, dinero, emoción, tristeza, felicidad, conocimiento, arte, etc.
Fui a la feria del libro. Y me encuentro cara a cara con la falta. No veo demasiadas novedades y se lo digo a mis amigos. Lo que me dicen es que ya no tengo veinte años. Como diciéndome que a esa edad la curiosidad era más grande que el universo.
La falta se pierde con los años en algunos aspectos. En la literatura, quizás. Entonces salgo de la feria, sin comprar absolutamente nada, salvo un autito de Salvat (el justicialista) para el cumple de Tomi que era al día siguiente. Me cruzo a plaza Italia y ahí compré por segunda vez el libro La llamada de Leila Guerriero. La primera vez que lo había comprado fue para regalarlo por amor, me le animé al recuerdo de ese tiempo que se volvió una falta y lo empecé a leer. El dolor y la literatura son increíblemente más fuertes. No me equivoqué. Ya voy por la mitad del libro y apenas lo tengo hace dos días. Es una novela de no ficción zarpada, sobre la historia política de una persona en este país, Silvia Labayru. Leila suelta la mano cuando escribe, disfruta del lenguaje como nadie, maestra total, the best. Nada más, leanlo.
Varias cosas para hacer en la ciudad de la falta. Presentación del nuevo libro de Verónica Viola Fisher en La Libre en San Telmo. Acompaño a Dai, que es la que editó el libro junto con Monti por Neutrinos. Una presentación para nada formal. Unas chicas hacen una performance con globos negros que tiran sobre el público mientras la autora lee sus poemas. Termina y nos vamos a la otra punta de la ciudad, Villa Urquiza al cumple de Tomi.
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Comida, gente, cultura, poesía, vino, libros, carne, vino otra vez, después bombones y vino sin final. Me pongo en pedo. Me ponen de sobrenombre el mago, porque hago un show en el medio del cumple. Cuento miserias, anécdotas y desamores. Le digo a un director de cine famosísimo que quiero pegarla como él y después le pregunto qué es el cine. Al día siguiente me arrepiento de haber hablado tanto, lo mismo de siempre. Un poco de vergüenza mezclado con culpa en el viejo balde en el cual sumerjo el trapo, con el que intento limpiar el piso de mi mente, imposible, todo sigue sucio y manchado. Resaca. Otra vez la falta pero esta vez de salud o de sertal.
Pienso en la falta del amor. En el amor que se fue y me falta. Y también en el que me faltará por amar. Porque amar siempre. Siempre falta. Siempre falta amar. Amar siempre está en falta. Sin miedo a amar la falta de amor. Nunca miedo a amar de más a la falta de amor por siempre. Bueno.
Voy a la Bond Street a colocarme el septum que se me había salido hace unos días. El que me atiende me dice que espere unos días para volver a colocármelo. Que se me había hecho un granito y el nazo necesita cicatrizar.
Subte línea B. Me bajo en Carlos Gardel y me meto en el Abasto. Estoy triste, entonces necesito comprarme ropa. Otra vez la falta. No me la puedo bancar. Me compro un short de basquet y una visera, cheta mal. Libros no, Jordan si. Nike es la cultura.
Descripción del depa donde me hospedo. El lugar era lindo pero no andaba nada. Ni enchufes, ni focos, había un horno eléctrico que increíblemente tenía las patas del enchufe más grandes que las entradas en la pared. No había pava eléctrica, tenía que calentar el agua para el mate en una cafetera, que simulaba el trayecto del agua que caía con temperatura pero sin el café. El termotanque también tenía problemas, luego lo arreglaron. Soy un desagradecido, ya lo sé, no se enojen, me gusta exagerar, o sea escribir.
Domingo a la mañana en La Boca. Caminito. La 12 custodiando el museo de Boca. No puedo entrar. Me piden que pague en efectivo y solo ando con el celu. Remeras truchas de boquita en todos los negocios. Quiero comprar la 22 de Zenon pero no lo hago, soporto la falta. Parrillas y choris. Turistas. Todos bosteros. Le saco una foto a la puerta del estadio. Ando solo, no me animo a decirle a alguien que me saque una foto delante de la bombonera. Pienso en mi viejo que está en el cielo que me hizo hincha de Boca. Toda la mística del barrio. Las vías del tren atraviesan por el medio al vecindario. No sé dónde está el asiento en el cual se sentó un grupo de vecinos en 1905 y fundó el club de barrio más grande del mundo, mirando los colores de las banderas suecas del puerto, tampoco lo busco. Otro mundo. No existe más. Pero miro las casas y algo debe haber de toda esa historia. El diego es eterno en todas las paredes. Una despensa que se llama Yo te vi en la B.
A las cinco de la tarde en La Boca era el recital de poesía y música experimental. Organizado por Fundación Andreani. Se viene el laburo de leer poesía en vivo. Eso que hago hace 15 años, que es muy difícil de explicárselo a mis amigos del trabajo o a mi mamá. Que me paguen un viaje y me presten un departamento, viáticos y hasta a veces bonificaciones. Viajar kilómetros y kilómetros para leer de siete a diez minutos de poesía delante del público. Una vez me dijeron que en EEUU los poetas hacen giras de lecturas, que se pagan hasta dos mil dólares por bar donde te invitan a participar. Si tuviera 2 o 3 por mes de esas giras, viviría de esto. Pero Argentina es otro mundo, la literatura es una changa, ya lo dijo Saer.
Después de la lectura casi nos chorean. Entramos al auto para ir a comer una pizza a Banchero y al momento de intentar cerrar la puerta, dos chabones lo impiden, se meten de cabeza, apoyan las armas en mi pecho y nos piden los celulares. Habíamos tomado unas copas de vino en el evento, veníamos palomiando hablando de poesía, no había lugar para una escena de violencia y menos que menos sacar un celular del bolsillo del pantalón y dárselo a un chabón porque solo me estaba apuntando con una tumbera. Tomi reacciona increíblemente rápido y toma una decisión crucial, acelerar el auto a fondo mientras yo le cierro la puerta a los pibes medio en la cara y zafamos.
No tuve miedo. No sé por qué. Soy bastante asustadizo. Pero bueno quizás los wachos se habían levantado con el pie izquierdo aquel domingo y nosotros no. Qué sé yo. Andá a saber. De todos modos gracias San Agustín por la segundeada, patrón de los poetas, capo total.
Hasta acá creo que estuvo bien
nos vimos el próximo miércoles.