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Una calle me separa del amor que está en mis sueños, una calle me separa de la universidad. Fui invitado a una mesa en el último Argentino de literatura llevado a cabo en la ciudad de Santa Fe.
Leo un texto que se llama No entendí la consigna. Que es una especie de bio que cuenta todos mis años sumergido en el ambiente de la poesía. El texto recuerda amigos, lugares y la cerveza, pero más que nada resalta como es que nuestra generación, los que nacimos luego de la dictadura militar argentina, priorizabamos el vínculo cara a cara en una época pre-redes sociales. O cómo fue vivir sin un celular.
En ese texto me hago el callejero. No sé por qué encima estoy re enganchado con la reciente serie Cromañón. Digo que me hago el callejero porque siempre me senté en el cordón de la vereda enfrente a una institución académica. Y exalté esa figura por sobre otra.
Después de la charla me puse a hablar con Mati Moscardi, poeta y pensador marplatense, que era uno de los participantes de la mesa del Argentino. Durante la mesa Mati me dijo que no compartía mucho mi binarismo entre calle y academia. Y charlando con él un poco le dí la razón. Él decía que juntarse con amigos, birra de por medio, y hablar y debatir y pensar sobre un tema específico, la poesía en este caso, es lo mismo que lo que se da dentro del ambiente académico. O por lo menos es lo que él más anhelaba y buscaba. Entonces no encontraba la diferencia entre calle y academia, que yo tanto exaltaba en el texto.
Estoy dividido a la mitad como sujeto-poeta, si existe tal cosa. Por un lado fui fuertemente formateado mitad por Claudia Rosa (Crítica literaria y académica) y la otra mitad por Daniel Durand (poeta autodidacta). Igual pensaba y medio que lo comenté después con los chicos que Claudia era lo más anti académica que conocí en mi vida. De hecho cuando la conocí dentro de un aula del claustro de la escuela normal. La habían echado, literal, de la cátedra de Literatura 1 por querer dar el famoso movimiento literario que en la Argentina se llamó, poesía de los 90’.
Ella me dijo una frase que nunca olvidaré, “Julián, los poetas no se reciben”. Yo soy de esas personas que se toman todo literal. Entonces yo quería ser poeta y eso significaba, en la voz de Claudia, que debía abandonar la Universidad y volcarme a la neurótica vicisitudes que deparan los vaivenes de la vida cotidiana. Creo que algo así era lo que decía Freud.
Salir a la calle para ser poeta significaba tragarse sapos del sistema pero con tiempito y plata que me sirviera de estabilidad económica para formarme como autodidacta. Algo así. No ir a talleres, sino más bien tener amigos. Armar una banda. Un grupo literario. Donde nos digamos las cosas cara a cara. Nos leamos entre nosotros y nos compartamos data piola, nos destrocemos sinceramente si los textos eran malísimos, época previa a la generación del megusta cristal. Comprar máquinas para autoeditarse nuestras locuritas varias, barras, como le dicen ahora los traperos al verso, que nos envuelva el ego con seguridad.
Como ser parte de algo. Tener algo que te guste hacer por lo cual vivir. Que el sistema capitalista no destruya demasiado y que en un torre de yerba mate estar encerrado leyendo, flasheando.
Trabajar cansa y agota. Te quema pero también en un trabajo uno es libre y se siente parte de una sociedad. Construye lazos colectivos con otro. El trabajo me daba una piña de realidad cuando la poesía me volaba la cabeza con imaginación e infantilismo. No se puede ser poeta todo el día. Apenas se lo puede ser un par de horas.
Además de todo eso. El trabajo en la parte privada me dio y me da estabilidad económica hace 15 años. Nunca me olvido que Wallace Stevens fue vicepresidente de una compañía en EEUU y ni estaba en el ambiente, ponele. Yo soy mucho menos que eso, claro está. Yo me hago el callejero pero si mando un mail a cualquier banco a la semana tengo todo un paquete completo de productos crediticios platinum debajo de la puerta de mi casa. Básicamente un careta.
Para pensar lo de ser callejero es una actitud frente a cierta aplanadora mental que por ahí te baja desde los programas del estudio de la academia. A mi me gusta aprender solo, aprender mal, pensar lo contrario. Solo tener un patrón si existe una vínculo de dinero entre ambas partes. Si no me pagás dejame pensar lo que yo quiera y hacerlo a mí modo con total libertad.
Es una opinión muy propia pero la academía nunca fue ni será para los escritores. Uno se hace medio al margen y medio a los tumbos. A la claridad se llega despacio. Cuando hablo de callejear no hablo de vulgaridad. De escritura medio facilonga sin imaginación. Bueno eso. Cuanta la historia de que Néstor Sánchez se sacaba los zapatos y caminaba largas horas para encontrar un destino y lo hermoso que escribía Néstor Sánchez no tenía nada que ver con callejearla y escabiar.
Era un lumpen super dandy si uno disfruta de su prosa increíble.
Es obvio que hablo de carreras artísticas. Un médico no puede ser autodidacta. Aunque como bien explica Paul Preciado en Texto yonki la industria farmacéutica fue absolutamente robada de las viejas enseñanzas de las curanderas de hace siglos. Pero ese es otro debate.
Es lo lindo del outsider. Ese personaje oculto pero que a la vez a veces brilla con un micro inalámbrico en la mano delante de un público. Como un pozo de otro sapo.
Ahora que lo pienso ¿No será que el outsider es el primer liberal de la cultura? ¿Un anarco-cultural artista?¿Ese personaje que no le gusta que el Estado, en este caso la academia, lo ordene y lo mande?
Nada, la dejó picando ahí. Como hace mi psiquiatra minutos antes de terminar cada sesión.
La imagen que se me viene a la cabeza cada vez que me pienso como artista. Es la de los perros cuando los bañan. No sé ahora, hastas los perros han cambiado, pero antes los perros marca pichichus, se revolcaban al toque en pasto sucio, después que uno los bañaba con jabón.
Creo que hasta acá estuvo bien
nos vimos el próximo miércoles.