Sobre Inventario de Paula Galansky
Seguramente muchxs conocen “One art” de Elizabeth Bishop porque es un poema muy leído y muy hermoso. Lo traduje especialmente —y a los tumbos— para esta ocasión con ayuda de mi profe de inglés, Miss Montserrat. Dice así:
UN ARTE
El arte de perder no es difícil de dominar;
tantas cosas parecen llenas del propósito
de perderse que su pérdida no es un desastre.
Perdé algo cada día. Aceptá los nervios
de las llaves perdidas, el tiempo malgastado.
El arte de perder no es difícil de dominar.
Después, practicá perder más lejos, perder más rápido:
lugares, y nombres, y adónde se suponía que ibas.
Nada de esto será un desastre.
Perdí el reloj de mi madre. ¡Y mirá! voy por la última,
o la penúltima, de tres casas amadas.
El arte de perder no es difícil de dominar.
Perdí dos ciudades, preciosas. Y más, algunos reinos
que poseía, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.
Incluso al perderte (la voz pícara, el gesto
que amo) no habré mentido. Es evidente
el arte de perder no es demasiado difícil de dominar
aunque pueda parecer (¡escribilo!) un desastre.
Cuando leí Inventario me acordé de este poema, pensé: si Bishop es una perdedora, Paula es una coleccionista. Bishop propone escribir a partir de la pérdida, Paula usa la estrategia inversa: encontrar, guardar, atesorar.
Entonces me imaginé a la Bishop perdiendo cosas por el camino. Tal vez tenga la carterita desfondada y no lo sepa y vaya dejando una estela de objetos a su paso. Un rastro, como si fuera un caracol, pero hecho de sus aritos de perlas, una hebilla, las llaves de esa casa espectacular en Río de Janeiro, un lápiz, no sé, ¿qué más podría tener en la cartera? un caramelo, el reloj de la madre… Atrás podría venir Paula juntando todas las boludeces que se le caen a la otra y metiéndolas en sus bolsillos.
Y después cada una se pondría a escribir lo suyo.
Inventario, como su título lo indica, es un registro de bienes. Y a la vez, una extraña biografía de una entrerriana llamada Sofía. El texto está compuesto por nueve entradas que corresponden cada una a un objeto y, a su vez, cada objeto tiene el poder de evocar un pedacito de la vida de la entrerriana.
A diferencia de las cosas que pierde Elizabeth, las de Sofía son baratijas. Fíjense que en su poema, Bishop pierde casas, relojes, tiempo, ¡un reino! En Inventario, en cambio, no hay bienes de ese tenor, no hay nada valioso para el mercado. Hay, por ejemplo, un pájaro a cuerda; un papel garabateado por alguien que ha hablado horas por teléfono en el living de su casa con una lapicera y una libreta en la mano; la fotografía de una quinceañera de 1942; el discurso de presentación de la compañía teatral “Ensayo y Peripecia”; un anillo del humor, alhaja fascinante que cambia de color según el estado de ánimo de quien lo luce (se puede conseguir en Mercado Libre por tres mil doscientos pesos, lo sé porque quiero uno y ya estuve buscando); una foto; ese tipo de cosas, chucherías. Todas cositas que pueden sostenerse entre las manos y que Paula sostiene en su escritura con delicadeza, con una dulzura inmensa.
Cada entrada es un objeto y cada objeto emana memoria. La narración es lo que mantiene a las cosas en una relación vital entre ellas. En la entrada que se titula “Palabras sueltas en el dorso de unas fotos”, Paula escribe:
Aun así, aunque no consiga asociarlas a un significado concreto, al mirarlas Sofía recordará la historia de un viejo escultor. Su trabajo consistía en piezas de bronces, ollas, vasijas, coronas y bustos, a las que él mismo les hacía crecer algas, caracoles, costras de sal y mini colonias de moluscos, para que parecieran rescatadas del fondo del mar. Es decir, las convertía en tesoros.
Amo a ese escultor y su trabajo. Paula hace algo similar con su escritura: presenta objetos simples y los convierte en tesoros. El efecto es el mismo: hacer que los objetos sean entornos propicios para la vida, pero el truco es distinto. El escultor inventa un pasado, Paula inventa un futuro desde el cual se puede mirar al pasado. Es decir, crea las condiciones para poder recordar:
Las lapiceras prolijamente ordenadas y los pañuelos doblados esperando su turno no llaman su atención, e incluso la decepcionan un poco. Sin embargo, son los mismos que años más tarde encontrará cada tanto por los rincones de su propia casa, y para ese entonces tendrán el poder de llenarla de melancolía y dejarla durante algunas horas en un leve estado de desconexión.
¿Y cómo hace para que lo vital, las historias, se prendan a los objetos de Sofía como los moluscos y las algas se prendían a las piezas del escultor? Los reviste de emoción. Y viceversa, los objetos le dan materialidad a la emoción para que aparezca ante nosotrxs con color, volumen, textura.
“Cuando la imagen no está orientada por un affectus —dice Genovese en Sobre la emoción en el poema—, permanece en lo literal sin desplazarse; es inmóvil, seca, mera descripción desconectada”. En Inventario las imágenes se desplazan, están cargadas como esponjas mojadas de ese affectus del que habla Genovese y los objetos dejan de ser materia inerte para convertirse en ambientes propicios para la vida. Como los tesoros del escultor.
Tiempo atrás hablé con Paula por teléfono y me contó algo que Inventario no cuenta y yo ahora les vengo a ustedes con el chisme. Paula me dijo, como al pasar, que su abuela era una vieja vizcachera. Vi muchas vizcachas cuando estuve en el Parque Nacional El Palmar, en Entre Ríos, de donde es oriunda la autora. Las vizcachas viven en madrigueras que arman con un montón de ramas y pavadas que juntan y que les roban a las personas que están acampando en el parque. Y una persona vizcachera, como lo son Paula y su abuela, es quien, al modo de las vizcachas, se la pasa juntando pavadas y las guardan en la casa.
En ese momento me cerró todo. Lo que se hereda no se roba: Paula es una narradora vizcacha y la narración es una madriguera.
Probablemente, hayan escuchado hablar o hayan leído La teoría de la bolsa como origen de la ficción, de la señora Ursula K. Le Guin. Es un texto corto, precioso, en el que la autora propone una alternativa a los relatos de héroes que tienen, dice, forma de flecha y se organizan en torno a un conflicto. La alternativa que ella propone es la de la narración como una bolsa, o como cualquier tipo de recipiente que también podría ser una botella o una caja. Yo diría que, en este caso, el recipiente es la madriguera. “El primer dispositivo cultural fue probablemente un recipiente” dice Le Guin. Y más adelante:
… hemos escuchado todo acerca de todos los palos, lanzas y espadas, las cosas para golpear, golpear y golpear, las cosas largas y duras, pero no hemos escuchado sobre las cosas para poner cosas, el contenedor de la cosa contenida. Esa es una historia nueva. Eso es novedad. Y sin embargo, es antigua. Antes —una vez que lo piensas, seguramente mucho antes— del arma, una herramienta tardía, lujosa y superflua; mucho antes del útil cuchillo y del hacha; junto con el imprescindible desmalezador, molinillo y cavador —¿para qué sirve desenterrar muchas papas si no tienes nada para cargarlas y llevar dentro de casa las que no te puedes comer?— con o antes de la herramienta que fuerza la energía hacia afuera, hicimos la herramienta que trae energía a casa. Tiene sentido para mí. Soy partidaria de lo que Fisher llama la teoría de la bolsa de transporte de la evolución humana.
Precisamente eso es lo que hace Paula en Inventario. Narra una historia como quiere Le Guin, con carácter de recipiente. Y a esto también lo notó la ilustradora, Lucía Tognarelli, que en la tapa puso un cofre.
Bolsa, cofre, o madriguera de vizcacha, poco importa. Lo que sí importa es que Paula se aleja de la narrativa imperante, la de las armas, los conflictos, los héroes nos ofrece una historia delicada y consciente del inmenso valor que tienen algunas pavadas.
Por último, me gustaría pensar en la edición que hizo Danke en tanto objeto.
Me parece una feliz coincidencia que Inventario esté editado como un relato único en una plaqueta, y no en reunión con otros cuentos, en un libro grande de tapa más o menos dura. La plaqueta le da ese aire de cosa chiquita que se sostiene delicadamente entre las manos.
En mi casa hay una biblioteca. Los estantes están poblados de libros con lomo. Los fanzines y plaquetas no están ahí, porque se doblan si una los deja en el estante, como si se cansaran de estar parados. Además son finitos y en la biblioteca se perderían entre los libros más grandes. Los fanzines y las plaquetas, en mi casa, comparten un cajón con dibujos y objetos inclasificables que no puedo poner en ningún otro estante de la casa, como cartas y notas, entre otros.
Para escribir este texto, me puse una restricción: sólo usaría materiales que tuviera en ese cajón: el poema que tradujimos en un papel con Miss Monse, la edición pirata del ensayo de Le Guin y la plaqueta editada por Cuadro de Tiza de Sobre la emoción en el poema, de Alicia Genovese. Inventario también irá a parar a ese cajón-madriguera.