PARTE III
A veces el milagro no acaece. Aunque le demos a la plegaria que acaezca sí, que acaezca, no acaece. Quienes hayan leído Saer recordaran esa contraescena que Garay Lopez le cuenta a Bianco en La Ocasión: al llegar a Belén, siguiendo la estrella que lleva su nombre, Melchor, Gaspar y el negro Baltha, se encuentran con un pesebre vacío. El Mayorazgo de los milagros no ha acaecido.
Si entonces no hay agazapado ningún brillo, habrá que fabricar una lámpara corte escuela técnica. Me acuerdo de Guy Debord y su teoría de la deriva. Agarro Instagram, la pongo en práctica.
Agarro una historia de un muchacho de Curuzú Cuatiá, busco en sus seguidores alguien que tenga un circulo rojo alrededor de su foto y una deriva se va armando: fotos de Palermo al atardecer, un rancho en Bonpland, otro rancho en Paso de los Libres, un barsucho de Uruguayana, un cementerio del Sertón, una brasilera bailando en el Oktober Fest, un atardecer en Koblenz, una familia subiendo una mesa arriba de un techo en Dunaszekcsö, muchos austríacos inundandose, un chico tapandose la cara en Pontevedra, un flyer contra el gobierno de Javier Milei que publica una muchacha que en su perfil se define como Cat Lover, insurrecta y futura programadora.
La velocidad que le damos a la calesita del mundo, nos permite ver colores que se mezclan en su movimiento. Es una caminata loca de los ojos por las baldosas relucientes de las redes sociales. Darlo vuelta como una media, usarlo mal y andar yendose quien sabe a donde para que sea un espacio de lo más nuevo, no un surco de surcar todo el día surcando.
Guy Debord fue cineasta, estratega, creador de juegos de mesa, escritor, cara de cabecilla del Mayo Francés: con todos esos títulos andaba con una chifladura por París. Publica en la revista de la Internacional Situacionista, año 1958, una fundamentación para el arte de la Deriva: contra el Dios Azar del surrealismo: que creían que negando lo dado no se caía en ninguna red.
¿Qué es entonces la deriva? Una estrategia bien planificada para evitar los lugares comunes de una ciudad: armados con el saber de la psicogeografía: una especie de ciencia de las energéticas de las zonas. ¿Para qué? Para evitar el magnetismo que puede tener en Paraná, por ejemplo, el Parque Urquiza. ¿Y si saliéramos a caminar teniendo como centro el hongo del AATRA? Si arrancando desde Marcos Sastre agarraramos para el oeste, doblando siempre a la izquierda en las calles que comiencen con C, R o S, ¿dónde terminaríamos? ¿Qué mapa se armaría si camináramos siguiendo la serie lapacho blanco – lapacho rosado – lapacho amarillo?
Caminando la ciudad de costeleta, como en un tablero que se va cayendo de la mesa, se podría convertir en dorado el cóndor cotidiano. Pero creo que también hay otros modos: ¿cuáles? ¿cómo hacen los que respiran pétalos en esta ciudad? ¿será que acercándonos? ¿será que armando esa lámpara? ¿quién tiene los cables, el enchufe y quién fue a la técnica? Recontra ecos del loco Debord, fin de su invocación.
Paraná está en su mejor momento. Trato de pensar una ciudad, pero también que, como dice el poema de Franco, lo que distingue/paisaje/de paisaje/es el propio corazón. Entonces: ¿estar atentos al salto de la langosta magnífica o crear un robot que baila? Estoy tratando de pensar si la fantasía interior o la fantasía exterior, si los objetos o la imaginación: ¿acaso el corazón de la ciudad está en salir a horas no calculadas? No puedo encontrar el nudo, miro el original: me quedo en la rebelión de la clara del huevo contra el silicato.