Tragedia financiera

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No digo nada si digo que el neoliberalismo entró a la Argentina. O lo digo todo. Viene entrando desde la década del setenta. A eso voy, pequeñas entradas punzantes que profundizaban la cultura neoliberal en los argentinos. Entradas antiguas que dejaban el hueco para la próxima entrada. O el espacio.

Pero ahora entró y el filo del arma neoliberal profundiza cada vez más sobre la tierra Argentina. El terreno que come el sistema no tiene límites. Porque obviamente me refiero a algo metafórico. Pero a la vez pienso que lo más real que tenemos como pueblo es, verdaderamente eso, lo metafórico. 

Lo invisible como algo eterno, como algo no corpóreo y fundamental a nivel espiritual. Lo único que me frena a pensar este horrendo avance neoliberal sobre la cultura de nuestro pueblo, es justamente, que lo cultural es lo más difícil de cambiar. 

En 2019 fui a Chile y vi el neoliberalismo. Estuve unos meses antes de esa gran revolución de estudiantes secundarios. Se podía oler en el aire de Santiago que algo iba a volar por los aires. Un tipo se tiró en las vías del metro con un puño cerrado envuelto en cianuro. A la madrugada se escuchaban explosiones y sirenas. Cuando me tomé el Uber a la madrugada que me traía de vuelta a mi país, el conductor, me contaba que esas explosiones eran cajeros automáticos que volaban por el aire.    

Chile explotó en 2019. Todo era privado. Había pobres y ricos. Nada más. Un lado u otro más para acá del pacífico gélido. Después de la explosión volvió todo a ser como era antes de la explosión. 

Un amigo que viajó por toda Latinoamérica me contó que la clase media solo existe en Argentina. Me lo explicó con una anécdota,  mientras laburaba de bartender, conoce a un profesor universitario, creo que fue en Ecuador, se hacen amigos. El profesor lo invita a su casa y mi amigo conoce su biblioteca. Que el profesor se jactaba de tener un gran refugio alejandrino de libros memorables. –No tenía nada, juli, me nombraba a Kafka como si fuera el nombre de una contraseña que me abriría una puerta absoluta a un nuevo paradigma intelectual que me cambiaría la vida-

No es medida, claro está, la flaca biblioteca de un profesor universitario ecuatoriano, frente a mi amigo bartender, traductor autodidacta de los poemas provenzales de Guillaume de Peiteus. Pero si algo nos dio un país como Argentina es ese poder mágico de, más allá de las posibilidades económicas con las que hayas nacido, la realidad posible de una esperanza. No sé si de cambio estructural, pero si un cambio a nivel intelectual, que nos libera más y nos tranquiliza aún mejor, que una modificación económica.

No le tengo miedo al neoliberalismo porque soy argentino. Y sé muy bien que el cimiento cultural de este país es fuerte. No conozco país alguno que se hayan fundado filosóficamente a raíz de la edición de dos libros como el nuestro. Eso es muy impresionante. Ni el Facundo ni el Martín Fierro. Los dos a la par. Ni uno ni otro. Aunque nos parezca que a veces es más uno que otro. Siempre habrá una defensa crítica a la imposición detallada de uno por sobre el otro. Ninguno de los dos gana. Esa tensión dualista está en nuestro ADN argento.

Unos amigos hablaban en la cocina de casa hace unos días atrás. Todavía los puedo escuchar. Se habla de que este gobierno es el único que cumplió lo que dijo. Aunque la promesa sea desastrosa y dañina. Que el desorden progresista de una inflación galopante solo brindaba oscuridad y frustración. La inflación era un monstruo que nos comía de a poco. Que nos destrozaba. Y lo logró. La gente quedó liquidada y sin fuerzas. Desde el gobierno se habla de salir de la crisis. De alguna manera promete esperanza. Algo que el progresismo y el peronismo, aunque nos duela en el corazón, no encontró ningún líder que lo supiera trasmitir. La narrativa era contra un demonio espeluznante que no nos dejaba vivir, la culpa era del otro, en vez de abrirle las puertas y liberar al pueblo a la luz. 

No es que el Mileismo no tiene un cuento donde no haya un diablo, en este casos los kukas, pero no agota el recurso silábico en la oralidad de contar solo eso. Por otro lado cumple con lo que dijo que iba a hacer, aunque repito, sea algo perjudicial para la gran mayoría.

Mi mamá me dijo avísame cuando pueda sacar un crédito para comprar una heladera. Están diciendo en la tele que vuelve el crédito– me dijo. Lo que a mami no le digo es que la tengo que ayudar todos los meses con algo de plata. Ella todavía cree en Milei y en la Argentina. La quiere a Cristina presa como fue en cana Urribarri. Y festejó la expulsión del cargo del milico que usaba el avión para que viaje su novia paranaense, de a poco están cambiando las cosas– dice mami.

El del Didi que me lleva 8 km por 30 pesos me habla de la oferta y la demanda. Y de que a través de la aplicación se puede negociar el precio entre un tire y afloje entre el conductor y el usuario. Mientras me habla no paro de pensar en la frase de Margaret Thatcher “no hay sociedad, hay individuos“. Y como esa sociología Reagan-Thatcher ochentosa ahora parecería estar en su prime.

No hay sociedad, hay alias. En casi todas las esferas. Hay usuarios no hay sociedad, hay @. No paro de flashear. Cómo caímos o de qué forma fuimos arrastrados a esto que estamos viviendo. Mundo de dinero invisible. Financiamiento hipotecado de la vida. Hay más deuda que cielo. Una burbuja que explota cada tanto pero que también cada tanto vuelve a hincharse.

Mis amigos progres festejan por WhatsApp el gol de orsai de Uruguay sobre la hora del Frente Amplio en un partido totalmente neoliberal. Todas las historias de ig con Pepe Mújica bailoteando. Pero hay países donde las bases están sentadas, como en Chile y hay nombres que no alcanzan a cambiar las estructuras sociales de fondo. Al menos no dejan de dar peleas. Pienso que Argentina no es de esos países, gracias al peronismo y su columna sindical de conquistas de derechos laborales. Mi pregunta es hasta cuándo recordaremos esas conquistas ¿Volverá el peronismo a ser un movimiento que proteja a los más humildes?

Voou, Senegalés que me dice que probó, hace un mes, suerte en Francia y Inglaterra, pero decidió volver a Argentina. Porque no quiere trabajar ni doce ni catorce horas. Yo quiero trabajar siete y media, me dice, Voou. Prefiero ganar menos pero estar con mi familia

Acá parece que todavía se puede. Eso me hace entender el amigo Voou.

Ojalá lo hubiera escuchado Lucas, un amigo de la infancia que se acaba de ir a vivir a Italia, con su mujer. Renunció a su trabajo de más de veinte años, vendió auto, moto, alquiló la casa que se hizo con el Procrear, que la levantó él solo casi. Pero no importó, eso no lo dejó en paz y se fueron igual. Con la esperanza que solo le puede dar una mano atrás y otra adelante. Se fue igual a Italia y buscar un futuro mejor.

Lucas había cambiado. No era el mismo. Ahora hablaba de política en las redes y militaba el antiperonismo. Yo lo dejé de seguir. No podía soportarlo. Si nunca habíamos hablado de política, qué era lo que ahora nos separaba. Ojalá le vaya bien y logre sus sueños. Es un gran laburante y se merece lo mejor.

Quién soy para juzgar la decisión de otro. Si hasta yo cambio de parecer cada cinco minutos. Una de las características fundamentales del sistema neoliberal.

Estás solari con tu propia manera de pensar individualista. Competís con las características básicas de una empresa en todos los niveles. No es tu culpa. Es el sistema punzante que te penetra culturalmente. Pero hay que saber envejecer y seguir con las garras maradonianas de un luchador incansable. La vida es eso que pasa mientras soportás conciente un sistema neoliberal.

Hay algo que sé, la lucha contra el sistema neoliberal es para toda la vida. 

Hasta acá creo que estuvo bien

nos vimos el próximo miércoles.