S01 E25
Dan a entender que podrías llegar/ a ser como ellos, te alientan a que/ intentes ser como ellos, te tratan/ como si fueras igual a ellos/ porque saben que nunca/ serás uno de ellos.
Así arranca Sangría, el último libro de poemas de Martín Gambarotta (editorial Rapallo, 2023) y es casi imposible que no me venga a la cabeza esa frase del bebé J. W. Cooke, “los pobres que votan a la derecha, son como los perros… cuidan la mansión, pero duermen afuera”, que anduvo dando vueltas por estos días. Bastante cerca de unas nuevas elecciones presidenciales en Argentina. No quiero caer del todo en la termeada, soy bastante crítico del peronismo. Trato de entender a esta ola de tías amas de casas que toda la vida laburaron en negro a las que Cristina les dio la jubilación y que ahora son votantes del gatito mimoso o como los que en 2015 después de recibir financiación del Procrear votaron a Macri. Aunque con estos últimos tengo menos paciencia. Porque por lo menos estudiaron más que un ciclo básico educativo.
Quizás hicimos algo mal, maldita culpa cristiana, o no, y es todo culpa del capital y su burbuja resbaladiza de dinero libidinoso que se infla cada vez más. Achicando más ese uno por ciento de ricos en el mundo, y que es ese mismo proceso especulativo y mortal el que pulveriza la moneda nacional que puede repartir el estado. La que ensancha cada vez más el índice de pobreza, donde la imagen más triste es la de esas familias metidas dentro de los containers para ver qué pueden rescatar para comer o vender. O la de los fondos insuficientes de la capacidad de crédito de la clase trabajadora que tiene que dejar los productos en la línea de cajas. Las famosas devoluciones que un cajero debe reacomodar en la góndola al finalizar su turno de trabajo.
Esas son las cosas que me dice mami que quiere que cambien. Por eso vota al gatito mimoso. Y que no sé cómo explicarle para lograr quebrantar su voluntad de su sufragio universal inevitable. Y para no discutir, intento comprenderla, pero al final termino cambiando de tema, para no pelear.
La inflación que no para, no tuvimos suerte, la pandemia, la peor sequía de la historia, la guerra de Ucrania-Rusia, lo batracio de Alberto, los funcionarios que no funcionaron, los avances tecnológicos, que deja cada vez más afuera de los trabajos a personas que solo terminamos el secundario, los aumentos de los precios ejercidos por los monopolios, los terroristas financieros y sus corridas, los lujos de los funcionarios oficiales pajeros en mares egeos (esa imagen encima que los contras no se las podés sacar de la cabeza).
La nueva militancia híbrida, que viaja por las redes sociales, que uno imagina que se disolverá rápidamente después de las elecciones. Ya cuando, y ojalá que no, el daño esté hecho. Y ojalá que no, ojalá que no, ojalá que no.
Quizás me olvide un factor más que me ayude a entender esta secuencia oscura por la que pasa el país.
Pero déjenme citar al profe poeta Sergio Raimondi acá, justo acá en este punto:
Porque pensar el Estado en su versión intangible/ es inseparable de asumir su imperfección.
A pesar de todo eso, confío. No tengo miedo. Acá diría plata y miedo nunca tuve. Pero qué distópico sería un país otra vez gobernado por la secta de gestión de servicios de activos financieros norteamericanos.
Que se entienda que no quiero vivir en la fantasía de la historia del fin del lavado de dinero y la paz mundial. Pero como mantengo en este diario desde que empezó, siempre se puede estar peor. Necesitamos un cambio, pero no uno tan violento, tan radical. Porque ustedes bien saben, lo único que no tiene techo, paradójicamente, es el descenso a las profundidades.
Pasó el día de la madre. Fui con la mía a comer al Shopping. Un shopping de provincia. No sé si está bien o está mal. Es un espacio grande con ese particular olor que tienen esos gigantes ramos generales tan necesarios para la activación económica. No hay Nike, ni Adidas, ni Pumas, ni Bowen, ni siquiera un Ay not dead (y eso que Yabrán era entrerriano) solo negocios de marcas locales. Lo cual por un lado está bien para aquellos que reniegan de un shopping cheto que cambiaría las raíces paisajísticas del paranaense más familiarizado a las hadas de Juanele que a las Gucci de Emilia Mernes. Los últimos van a tener que seguir viajando a Miami. Y los que quieran un poco de marcas tendrán que seguir viajando a Rosario o Buenos Aires los findes con feriados XXL.
Tendría que haber leído el libro ese de Sarlo, La ciudad vista, pero esto es autoficción y los únicos que pueden pensar la literatura son los críticos, así que zafo de esa. De esa parte donde yo me pondría a pensar en cómo le cambiaría la vida al paranaense el Paseo del Paraná o shopping que recientemente abrió donde antes fue una fábrica de fósforos.
Mientras bajamos con mi vieja a ver las fotos (que es medio mentira, pocas fotos) de la fábrica, casi todas empleadas mujeres, dice que fue una de las fábricas más importantes a principios de siglo pasado en este país, dato que siempre al provinciano le gusta resaltar a base de absolutismo. Como cuando Urquiza le muestra a Sarmiento como sale agua corriente abriendo una simple canilla en su palacio en el siglo diecinueve. Que a mí como provinciano me encanta resaltar, obvio. Bueno me fui. Lo que iba a decir es que mientras subíamos la escalera, dejaron esa parte rústica donde antes estaba el tanque de agua necesario para la producción y el trabajo de la industria del fósforo, me puse a pensar si en aquella época, la apertura de semejante fábrica habrá sido bien recibida por los paranaenses de esos añares. Tengo la sensación de que abrir una fábrica de fósforos en 1900 no sé cuánto y abrir un shopping en 2023 tiene sus haters y sus fans a la vez.
Creo que lo que más me va a gustar del shopping será cuando abra el famoso cine 4D de la cadena Las tipas. Más que nada porque ya no voy a tener que hacer esa fila que es un flagelo o un acto de amor, en ambas terminales, para ir al Cinemark o al América de Santa Fe.
Bueno, creo que hasta acá estuvo,
nos vimos el próximo miércoles.