A nuestro barrio no llegan los colectivos urbanos. Todos los días vamos a trabajar a la ciudad en auto. Ya nos acostumbramos con Mariano. Salimos juntos a la mañana, con el sol hecho un plato rojo elevándose sobre los campos, y volvemos a la nochecita con la luna de frente. Por el grupo de “Vecinos en alerta” nos enteramos de posibles contratiempos que podamos tener durante el traslado. Ovejas sueltas al costado de la ruta, caballo corriendo por circunvalación, camión de soda caído frente a la YPF, ciervos perseguidos por una manada de perros, campo incendiándose a la altura del arroyo, choque fuerte entre Toyota y un utilitario. JL, el comisario retirado que administra el grupo, ejerce un rol activo en el control de tránsito. “Retraso de 15 minutos para llegar a la ciudad”, “giren antes de llegar a la rotonda para evitar embotellamiento”. En otros momentos, JL brinda calma con su frase “móvil de la comisaría se dirige al lugar”.
Durante los primeros traslados, nos asombraba la cantidad de perros muertos al costado la ruta. Algunos tenían collares, como si sus dueños los hubieran abandonado o se hubieran resignado a buscarlos. Perros que morían solos, como los pitbulls, o en manada como los galgos. Fuera la raza que fuera, el destino siempre era el mismo. Estaban condenados a que sus vientres se hincharan hasta asemejarse más a un novillo que a un perro. En pasadas siguientes, la hinchazón cedía, la piel se ceñía a los huesos y quedaban hechos un cuero seco. Nadie comentaba lo de los perros en el grupo de wasap, nos acostumbramos a verlos muertos sobre la banquina. Algunos autos pisaban las partes que sobresalían en el asfalto. Otra cosa eran los pedazos de carne de animales inclasificables, ni perro, ni gato, ni comadreja. Restos esparcidos sobre el asfalto como si los hubieran tirado desde un camión frigorífico.
De un tiempo a esta parte, desde que esa cosa rara avanza en el barrio y en la ciudad, encontramos chicos parados sobre la ruta. Algunos en shorts y ojotas como si esperaran la combi de una colonia de vacaciones. Al principio, igual que con los perros, hablamos sobre quién los pudo haber dejado o por qué nadie los buscaba. En el grupo de wasap solo una vez se mencionó el tema. Fue JL que advertía sobre “posibles demoras por chicos deambulando en la ruta. Se ruega no detenerse, evitar problemas mayores”. Todos los vecinos pusieron el dedito para arriba y nadie se animó a preguntar por temor a que los eliminaran del grupo.
En estos días también nos acostumbramos a los chicos abandonados en la ruta. Ayer eran dos hermanitos. Estaban tomados de la mano. La nena sostenía al más chico como si fueran a cruzar la ruta. El chico estaba despeinado, el pelo alborotado, los cordones de las zapatillas desatados. Lo habían levantado a los apurones sin darle tiempo a nada. Los vimos temprano, a la mañana, y los volvimos a encontrar a la tarde tendidos en el pasto.